viernes, 2 de diciembre de 2011

Tiburones



Es innegable que los tiburones tienen un problema de imagen: la mirada del asesino serial, la mueca obscena de dientes deformes, el delirio por los atracones sanguinarios. No es de extrañar que hayan sido díficiles de amar desde que sabemos de ellos.
Los escritores no han contribuido a crear una imagen positiva de este pez, Herman Melville lo describia como “un devorador ceniciento de carne horrible”. En largas travesías a bordo de balleneros, el famoso narrador de relatos marinos del siglo XIX fue testigo de como los tiburones devoraban los despojos de ballenas destazadas, lo cual influyó en gran medida en su desfavorable apreciación.
Quizá las Bahamas lo habrían hecho cambiar de parecer, como a Ernest Hemingway, por ejemplo, quien a mediados de la década de los treintas encontró en estas islas la inspiración para escribir sobre los peces y la pesca con mosca, así como el placer de navegar. Si bien solía vilipendiar a los tiburones, en ocaciones escribió sobre ellos con veneración. En el viejo y el mar, Santiago, el protagonista, describe así a un tiburón de aletas con puntas negras que se asomaba a la superficie del océano: “Todo en él era hermoso, menos sus mandíbulas... No es un animal que se alimente de carroñas ni un simple apetito ambulante... Es hermoso y noble y no conoce el miedo”.
Las Bahamas aún son, en gran medida, como Hemingway las vivió. No hay en casi todo el archipiélago (formado por unas 700 islas y cayos esparcidos a lo largo de 800 kilómetros, al sureste de Florida) ningún desarrollo industrial. Los lugareños siguen viviendo de la langosta común del Caribe, del huachinango y del caracol rosado; los deportistas pescan en las planicies arenosas y en una pronunciada depreción conocida como la Lengua del Océano.
También los tiburones siguen aqui. En un sitio para bucear llamado Playa del Tigre, alrededor de una docena de tiburones tigre nadaban en círculo, no como buitres a la caza de su alimento, sino más bien como si fueran parte de un móvil sobre la cama de un niño. Sus ojos oscuros y vigilantes son del tamaño de un puño. Se dice que después del gran tiburón blanco, el tiburón tigre es el más peligroso del mundo.
Los grandes tigres no son los únicos tiburones que medran aquí. Más de 40 especies se desplazan por las aguas de las Bahamas, el tiburón limón, el tiburón martillo, los tiburones toro, los de aletas con puntas negras, marrajo, piloto, la gata nodriza; incluso el tiburón azul o tintorera, y el enorme tiburón ballena pasan por el archipiélago cuando emigran. Otros viven allí todo el año, dando a luz en las mismas lagunas tranquilas en las que nacierón.
El nombre Bahamas proviene del vocablo español “bajamar” que se refiere a las aguas poco profundas. El archipiélago se asienta sobre un par de plataformas de piedra caliza, el Gran y Pequeño Banco de las Bahamas, y está dividido por canales que tienen una profundidad de hasta 3900 metros. Es justamente la combiación de escarpas abruptasy aguas poco profundas, de salientes rocosas y costas arenosas, de arrecifes de coral, lechos de pasto marino, manglares lo que da susteto a los seres vivos.
Es una triste y grande ironía que la mayoria de los tiburones del mundo sean apreciados, por las casi insipidas tiras de cartílago, o “fideos”, que forman sus aletas y que constituyen el costoso ingrediente fundamental de la sopa de aleta de tiburón. El comercio es ilegal y sigue creciendo, pese a que representa un cruel despílfarro: los especialistas en cortar aletas de tiburón suelen rebanarlas y lanzar de nuevo a los tiburones para que mueran, se ahogen o sean devorados.

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